viernes, 9 de junio de 2023

Cerro Azul, una selva oculta en Guayaquil.

  


 Cerro Azul, una selva oculta en          Guayaquil

Una cascada estacional que renace cada invierno se ha convertido en un atractivo en la ciudad. La ciudadanía lo compara con una Amazonía en miniatura


Esta ‘piscina’ natural que se esconde en medio de la montaña, ubicada a orillas de la Perimetral y cuya extensión bordea las 770 hectáreas; acoge a familias enteras que cada fin de semana o tras un día intenso de lluvia, llegan al lugar para hacer senderismo, nadar o armar un pícnic. “Ir después de que ha caído un aguacero es espectacular, porque ves la ‘piscina’ al ras, llena. Y la cascada se vuelve enorme. No es nada peligroso. Es increíble que haya esto en Guayaquil”, piensa Andrea Bermúdez, quien intenta ir cada semana.
Para llegar al corazón del cerro, donde se encuentra la ‘mini catarata’, hay que subir por una escalinata empinada de unos 30 metros de altura (que a la hora de bajarla, pondrá a prueba su adrenalina), atravesar un riachuelo que se ha formado por las lluvias y que asimismo ha conquistado a los visitantes por estar rodeado de árboles y animales que de vez en vez aparecen, entre ellos monos que brincan de un árbol a otro; para finalmente llegar a la cascada que, cual película de Indiana Jones o Lara Croft, está escondida tras las raíces de árboles y piedras. 



Para muchos, el recorrido es un circuito de aventura porque como la tierra no es completamente estable, uno tiene que buscar el equilibrio a la hora de caminar. Y el experimentado, lo puede hacer solo, abriendo quizás los brazos y cual malabarista caminando. Y los que no, podrán ayudarse de las cuerdas que cuelgan de las especies y sirven como lianas.
Quienes frecuentan el sitio, cuyo recorrido desde la carretera (entrando por el kilómetro 13,5 de la Perimetral, cerca del ingreso de la Espol) hasta la cascada es de alrededor de 25 minutos; hacen énfasis en que las autoridades deberían aprovechar su existencia natural para explotarla, “en el buen sentido de la palabra”.

“Quizás si crean una ruta más segura, eso sí, igual de rústica; o construyen pequeños espacios para descansar con materiales con bambú, nada invasivo, la visita sea todavía más grata. También urge que se coloquen, por ejemplo, letreros para que nadie ensucie el cerro o vaya la gente con parlantes. No he sido testigo de que hagan esto, pero uno nunca sabe. Y es mejor prevenirlo, desde ahora”, argumenta Daniela Penilla, habitante de la décima etapa de la Alborada; que el pasado domingo estuvo en este bosque por primera vez.




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